Quiero dedicar este post a todas las mujeres brillantes, a todas las que no lo han podido demostrar por diferentes motivos, aunque estoy convencida que ese brillo y esa fuerza termina abriéndose paso y saliendo de algún modo. Para todas ellas y para todas la Mujeres 11, este relato que ha sido premiado en el Concurso de relato breve organizado por CCOO con motivo del día Internacional de la mujer en Cuenca, un acto muy emotivo en el que se leyeron relatos impresionantes escritos por niños, jóvenes y mayores y donde tuve la suerte y el honor de recibir el primer premio de mi categoría. Espero que os guste, muchas gracias por seguirnos.
Brillante… Brillante como la tela del tutú de ballet
de su pequeña, brillante como las botas de fútbol de su hijo o como el
esponjoso papel que su niña mediana utilizaba para sus manualidades y que
siempre dejaba un rastro de diminutos destellos en el suelo de la habitación…
Brillante, como la estrella que siempre veía en invierno desde la ventana del
techo abuhardillado cuando todos dormían y ella disponía de ese preciado
momento para estar consigo misma, para pensar en sus recuerdos y en sus planes
futuros,… Tan brillante o quizá más. Así era ella. En el fondo era consciente
de ello y esto le hacía vivir en un estado de esperanza eterna. Cumpliría su misión
como madre perfecta, gallinita siempre al cuidado de sus pequeños y cuando
estuvieran preparados para levantar el vuelo, retomaría los mandos de su vida.
Prácticamente sin luz, mirando la estrella desde su
sillón, recordaba la primera vez que la vio desde esa posición. Una noche fría,
llena de emoción por el comienzo de una nueva etapa; una nueva casa, un cambio
de entorno, un proyecto de familia y una ilusión desbordante. Siempre pensó que
podría con todo, que sería una madre estupenda y una trabajadora excepcional, como
apuntaba hasta ahora, pero algo ocurrió… El trabajo no era compatible con sus
ausencias puntuales por las visitas al médico de los pequeños, ni con las
noches largas e insomnes, llenas de vocecitas llamando a mamá. Los días
festivos en el cole tampoco ayudaban a realizar buenos informes y las ayudas
empezaron a escasear. La fuerza comenzó a apagarse hasta claudicar. “Ya lo
retomaré cuando sean mayores, ellos son lo más importante”, se decía a sí
misma, y con esta frase curaba su alma y amainaba a la fiera que se le revolvía
por dentro ante tan injusta decisión. Su entorno no se opuso, al contrario,
creo que casi suspiraron aliviados, envueltos en un sospechoso halo de acomodamiento
y egoísmo.
Y el momento había llegado, sentada en su viejo
sillón, en penumbra, con la mirada fija en su estrella favorita, fue consciente
que la rodeaba el silencio, le faltaba el calor en su regazo de pequeños
cuerpecitos mientras acariciaba su frente con los labios; ya no sentía ese
cansancio permanente por la falta de horas de sueño pero la invadía una
nostalgia asfixiante y una ascendente sensación de vértigo. “Eres brillante
amiga”, se dijo, y sonriendo cerró los ojos.
Cuando se escribe con el corazón, las letras de convierten en sentimientos. Enhorabuena jefa, no por el premio en sí, sí no por la calidad y la exquisited de tu relato. Y si quieres seguir escribiendo tengo trabajo para darte (sin cobrar claro)
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