miércoles, 9 de marzo de 2016

Brillante

Quiero dedicar este post a todas las mujeres brillantes, a todas las que no lo han podido demostrar por diferentes motivos, aunque estoy convencida que ese brillo y esa fuerza termina abriéndose paso y saliendo de algún modo. Para todas ellas y para todas la Mujeres 11, este relato que ha sido premiado en el Concurso de relato breve organizado por CCOO con motivo del día Internacional de la mujer en Cuenca, un acto muy emotivo en el que se leyeron relatos impresionantes escritos por niños, jóvenes y mayores y donde tuve la suerte y el honor de recibir el primer premio de mi categoría. Espero que os guste, muchas gracias por seguirnos.

Brillante… Brillante como la tela del tutú de ballet de su pequeña, brillante como las botas de fútbol de su hijo o como el esponjoso papel que su niña mediana utilizaba para sus manualidades y que siempre dejaba un rastro de diminutos destellos en el suelo de la habitación… Brillante, como la estrella que siempre veía en invierno desde la ventana del techo abuhardillado cuando todos dormían y ella disponía de ese preciado momento para estar consigo misma, para pensar en sus recuerdos y en sus planes futuros,… Tan brillante o quizá más. Así era ella. En el fondo era consciente de ello y esto le hacía vivir en un estado de esperanza eterna. Cumpliría su misión como madre perfecta, gallinita siempre al cuidado de sus pequeños y cuando estuvieran preparados para levantar el vuelo, retomaría los mandos de su vida.
Prácticamente sin luz, mirando la estrella desde su sillón, recordaba la primera vez que la vio desde esa posición. Una noche fría, llena de emoción por el comienzo de una nueva etapa; una nueva casa, un cambio de entorno, un proyecto de familia y una ilusión desbordante. Siempre pensó que podría con todo, que sería una madre estupenda y una trabajadora excepcional, como apuntaba hasta ahora, pero algo ocurrió… El trabajo no era compatible con sus ausencias puntuales por las visitas al médico de los pequeños, ni con las noches largas e insomnes, llenas de vocecitas llamando a mamá. Los días festivos en el cole tampoco ayudaban a realizar buenos informes y las ayudas empezaron a escasear. La fuerza comenzó a apagarse hasta claudicar. “Ya lo retomaré cuando sean mayores, ellos son lo más importante”, se decía a sí misma, y con esta frase curaba su alma y amainaba a la fiera que se le revolvía por dentro ante tan injusta decisión. Su entorno no se opuso, al contrario, creo que casi suspiraron aliviados, envueltos en un sospechoso halo de acomodamiento y egoísmo.

Y el momento había llegado, sentada en su viejo sillón, en penumbra, con la mirada fija en su estrella favorita, fue consciente que la rodeaba el silencio, le faltaba el calor en su regazo de pequeños cuerpecitos mientras acariciaba su frente con los labios; ya no sentía ese cansancio permanente por la falta de horas de sueño pero la invadía una nostalgia asfixiante y una ascendente sensación de vértigo. “Eres brillante amiga”, se dijo, y sonriendo cerró los ojos.