Quizás, viajar a la luna siempre fue su epopeya más soñada, pero desde hacía tiempo, mirarla se había convertido en el santuario de sus secretos. En un silencio sepulcral, le contaba sus sueños, sus anhelos, sus miedos; repasaba junto a ella las historias de su vida, y, con una inocencia casi infantil, le confesaba un amor eterno, como ella, como la luna.
Esperaba puntualmente a que, espléndida, generosa y de un blanco radiante, apareciera cada mes, y, con un guiño cómplice, se saludaban a escondidas cual amantes que esconden su pasión. Y así pasaron sus días. Él, risueño, soñador y trovador a la vieja usanza, y ella, imperial donde las haya, quitando protagonismo al astro rey y a la más brillante de las estrellas, sabiéndose la guardiana de sus secretos.
Siempre fueron puntuales a sus citas. Una mañana de verano, el viejo soñador no despertó. En ese sueño eterno que había comenzado, bajó la luna menguada, y entre sus brazos lo acunó. Y en ese periplo hasta la inmensidad pudo ver a mucha gente que pasó por su vida y que ahora ocupaban una estrella. Cuando llegaron a una casi apagada, estaba ella, su amor eterno. Se bajó muy despacio y sin retirar la mirada de sus ojos llegó hasta ella y se fundieron en un inmenso abrazo.. Entonces la estrella comenzó a brillar y es la envidia de todos los astros y constelaciones.
Y allí vagan los dos con un amor tan intenso que su luz puede iluminar caminos enteros en la más oscura de las noches... y la luna, cómplice de estos, los visita todos los meses para recordarles que siempre hay un sitio en el cielo para el amor, para su amor.
https://youtu.be/0FXHti3r_dQ
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